El jueves 15 de julio de 1982, a las 21:35 horas, después del Telediario y, por tanto, en hora de máxima audiencia, hacía su aparición en la pequeña pantalla de TVE la serie documental Cosmos. Presentada por el mítico y llorado astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo y divulgador científico norteamericano Carl Sagan (1934-1996), el programa (que constaba de trece episodios de una hora de duración) tenía por objetivo la historia de la astronomía y de la ciencia, así como la del origen de la vida, pero también el lugar que ocupa nuestra especie y nuestro planeta en el universo.
En aquel año del Mundial de Fútbol de España (de hecho, la serie se inició cuatro días después de la finalización de este), yo era un adolescente, y ya me apasionaba la historia, pero no aún la ciencia. Sin embargo, tuve la fortuna de contar con dos amigos del barrio (con los que, en compañía de otros, quedábamos en las plazoletas de al lado de casa para charlar o jugar al fútbol), que eran unos enamorados de la ciencia en general, y de la astronomía en particular. Aunque ya han pasado cuarenta y dos años de aquel acontecimiento televisivo, aún recuerdo frescas las imágenes de aquel verano, en las que, estando mis amigos y yo en la que denominábamos segunda plazoleta, se acercaban las nueve y media de la noche, hora del comienzo de la mágica serie, y mis dos aficionados a la astronomía (que eran hermanos) se iban corriendo a casa, y los otros tres amigos con ellos a nuestros respectivas viviendas, para ver el capítulo de ese jueves. Como la serie se emitió en España hasta el 7 de octubre, y yo estuve de vacaciones en el pueblo de mis padres durante julio y agosto de aquel año, calculo que hasta el octavo o noveno episodio no me uní al entusiasmo que Fernando y José Manuel (que así se llamaban mis colegas) sentían hacia Cosmos, y, por tanto, me perdí más de la mitad de la serie en esa primera emisión. Sin embargo, con el tiempo, el programa fue repuesto más veces, y entonces ya pude contemplarlo en su integridad. De hecho, todavía lo tengo grabado en cuatro cintas de VHS, de cuando lo emitieron en 1990. Sin temor a equivocarme, puedo decir bien alto que, gracias a Fernando (que desde hace muchos años es profesor de Física Química en la Facultad de Ciencias Naturales del Imperial College London) y a su hermano José Manuel, el interés por la astronomía y por otras ramas de la ciencia comenzó a penetrar lenta, pero imparablemente, en el fondo de mi ser.
Pues bien, el primer capítulo de la inolvidable serie se titulaba "En la orilla del océano cósmico". En sus primeros minutos, el gran Carl Sagan (situado en un promontorio frente a la costa) realizaba una pequeña introducción sobre lo que le esperaría al espectador durante los siguientes trece episodios. Algunas de esas frases eran del tenor siguiente:
<<El cosmos está constituido por todo lo que es, lo que ha sido o lo que será. La contemplación del cosmos nos perturba. Sentimos un hormigueo en la espina dorsal, un nudo en la garganta, una vaga sensación, como si fuera un recuerdo lejano, de que nos precipitamos en el vacío. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios. El tamaño y la edad del cosmos están más allá del entendimiento humano. Perdido en alguna parte, entre la inmensidad y la eternidad, se encuentra nuestro diminuto hogar planetario, la Tierra (...).
>>Estamos a punto de comenzar un viaje por el cosmos. Encontraremos galaxias, soles y planetas; vida y conocimiento que nace, se desarrolla y muere; mundos de hielo y estrellas de diamante; átomos en masa como soles y universos más pequeños que átomos. Es también la historia de nuestro propio planeta y de los planetas y de los animales que lo comparten con nosotros. Y es la historia de los seres humanos, de cómo hemos logrado nuestro conocimiento actual sobre el cosmos; cómo este ha dado forma a nuestra evolución y a nuestra cultura, marcando nuestro destino. Queremos buscar la verdad, adonde quiera que nos lleve (...).
>>La superficie de la Tierra es la costa del océano cósmico. En esta costa hemos aprendido casi todo lo que sabemos. Recientemente nos hemos aventurado un poco hacia afuera, quizá hasta la altura del tobillo, y el agua nos rodea tentadora (...). Vamos a explorar el cosmos con la nave de la imaginación, sin las ataduras de los límites ordinarios de velocidad y tamaño, dirigidos por la música de la armonía cósmica. Puede llevarnos a cualquier lugar, en el espacio y en el tiempo. Perfecta como un copo de nieve y orgánica como una semilla de diente de león, nos conducirá a mundos de ensoñación y a mundos reales. Acompáñenme>>.
Estos impactantes y embriagadores pasajes narrados por el divulgador estadounidense pasaron (como la serie al completo) a los anales de la historia de la ciencia. A mí, desde luego, cuando los oí por primera vez, me dieron la sensación de que algo grande estaba por venir. Pero por encima de todo, me quedé con el título de ese primer capítulo: "En la orilla del océano cósmico".
También desde una orilla frente al océano de mi imaginación comienzo esta extraña y fascinante andadura, que es el blog RAZÓN Y EMOCIÓN. Dicen que los caminos del Señor son inescrutables (Rom 11, 33), y ciertamente debe haber alguna verdad en la frase bíblica, porque hasta hace más o menos dos meses no atisbaba siquiera la posibilidad de crear este diario digital. Pero el océano de inquietud intelectual que fluye desde hace mucho tiempo en mi interior ha precipitado definitivamente los acontecimientos.
¿Qué espero desarrollar en este mundo de papel volcado a una página web? Por encima de todo, dar mi visión particular del mundo que me rodea, aportando experiencias personales, dando mi opinión sobre aspectos profundos de la sociedad actual en España y analizando de forma somera, pero rigurosa, algunos acontecimientos históricos que me han parecido relevantes desde siempre. Y todo ello, respondiendo al título del blog, teniendo como pilares fundamentales la razón y la emoción. Respecto a lo primero, me considero hijo de la Ilustración, movimiento cultural que, a lo largo del siglo XVIII, y en gran parte de Europa, tuvo entre sus ejes centrales la soberanía de la razón como uno de los elementos con los que un amplio grupo de intelectuales intentó mejorar las condiciones materiales de la sociedad. Tres siglos después, el sentido de analizar los acontecimientos del quehacer diario por medio del racionalismo, y no de la ideología, me parece totalmente vigente. El gran Francisco de Goya lo dejó expresado de forma lapidaria en uno de sus aguafuertes más conocidos, perteneciente a la serie Los caprichos, titulado "El sueño de la razón produce monstruos" (1799). Y es que sin razón solo hay tinieblas, oscurantismo y crujir de dientes.
Sin embargo, para mí, la vida quedaría incompleta si el imperio de la razón no coexistiera con el de la emoción, el de los sentimientos, el de la sensibilidad, tan femenina y, a la vez, tan atrayente. Una persona racionalista, cerebral y calculadora, pero sin sensibilidad, es un alma muerta, que dice vivir, pero solo vegeta. Lamentablemente, acerca de este desgraciado ser los miembros de mi sexo (masculino) sabemos más de lo que deberíamos. Por ello, trataré de que la parte profunda de las entradas del blog se hallen impregnadas de buenas dosis de emoción.
Desconozco lo que durará esta aventura digital. Pero, la verdad, es que me importa poco. Para mí, empezarla es ya de por sí un triunfo y una satisfacción personal. Tampoco sé si llegará a mucha gente o a poca. También me da igual. Hace ya tiempo que en mi vida tiene más importancia la calidad que la cantidad.
Si tú, lector, has llegado hasta esta línea, quiere decir que mi trabajo ha empezado bien. Sin embargo, deseo que recorras conmigo este océano de imaginación que se abre ante nosotros desde esta humilde orilla frente a las olas. Emulando a mi admirado Carl Sagan en el comienzo del primer capítulo de su extraordinaria serie, solo te pediría una cosa: <<Acompáñame>>.
Como dices del espíritu ilustrado, nadie es profeta en su tierra, como le pasó a Esquilache.
ResponderEliminarAgradezco este comentario inicial en esta senda imprevisible que comienzo. Un abrazo.
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