martes, 12 de noviembre de 2024

RAFA NADAL, EL ESTOICO HUMILDE

     En un borroso momento de finales del siglo IV a. C., tuvo lugar un sonado naufragio frente a las costas de Atenas. Un acaudalado comerciante, Zenón de Citio, se disponía a llevar al puerto de la ciudad más importante de Grecia un barco lleno de mercancías, cuando, por causas que se desconocen, este se hundió. A consecuencia del suceso, el rico mercader no solo estuvo a punto de perder la vida, sino que quedó completamente arruinado, ya que había invertido la mayor parte de su capital en los productos que viajaban a bordo de la desdichada nave.

    En lugar de desanimarse, de venirse abajo, el joven Zenón utilizó aquella desgracia para comenzar una nueva existencia. Tras llegar a la ciudad de la Acrópolis, se sumergió en una profunda reflexión sobre la vida, que le llevó a tomar contacto con tres de las grandes escuelas filosóficas griegas del momento: la cínica, la megárica y la platónica. Ninguna de ellas satisfizo sus deseos de renovación espiritual y conocimiento, y acabó fundando, en torno al año 300 a. C., su propia corriente de pensamiento en el Stoa Poikile (Pórtico Pintado), comenzando a ser pronto conocidos él y sus seguidores como "estoicos", debido al lugar donde el maestro enseñaba. El pensamiento estoico, iniciado por Zenón de Citio y organizado y mejorado por dos de sus discípulos griegos, Cleantes y Crisipo, alcanzó su cénit en Roma entre los siglos I a. C. y II d. C., con la aparición estelar de los filósofos Lucio Anneo Séneca y Epicteto y el emperador Marco Aurelio. A partir de Grecia y Roma, el estoicismo tuvo una profunda influencia en el pensamiento occidental, penetrando en el cristianismo, el budismo y la filosofía moderna, especialmente en Immanuel Kant, llegando incluso a nuestros días.

    De entre los principios rectores de esta antiquísima filosofía, a mí siempre me han llamado la atención tres. El primero, aceptar la realidad, es decir, no pretender que los acontecimientos de la vida ocurran como uno quiere, sino desear que se produzcan tal y como suceden. Mediante este elemento de "no resistencia" a la realidad se evita el desencanto cuando ocurre lo que no deseamos.

    El segundo fundamento hace referencia a aprender a deshacerse de las preocupaciones. Para los filósofos estoicos, el hombre no es perturbado por las cosas, sino por sus opiniones sobre ellas. A partir de aquí, focalizaron su discurso sobre las emociones (a las que llamaron "pasiones"), que dividieron en buenas, indiferentes y malas. Hacia estas últimas (angustia, miedo, envidia, celos, tristeza, depresión, ira, odio, codicia, ostentación...) dedicaron muchos de sus escritos, intentando hacer comprender que no había que eliminarlas de la vida, sino controlarlas, aprendiendo a lidiar con ellas.

    Por último, en tercer lugar, me fascinó la afirmación de que el único camino para la felicidad es dejar de preocuparnos por las cosas que escapan a nuestro control, siendo en este tema esencial la disciplina, otro de los valores estoicos por antonomasia. Para el estoicismo, solo existían cinco cuestiones que podíamos controlar en la vida: nuestros juicios, aspiraciones, opiniones, rechazos y valores que decidimos adoptar, quedando el resto de cosas fuera de ese ámbito de  control. Por ello, los filósofos estoicos animaban a dedicar esfuerzos solo y exclusivamente a esos cinco elementos.

    En definitiva, aquellos pensadores de hace dos mil años intentaron con su filosofía dar pautas sencillas y prácticas para vivir una buena existencia en un mundo impredecible, así como hacer lo mejor dentro de nuestras posibilidades mientras aceptamos lo que está fuera de nuestro control.


Zenón de Citio, fundador del estoicismo


Rafa Nadal (MónEsport, 28 de mayo de 2024)

    Dos mil trescientos veinte años después del nacimiento de Zenón de Citio emergió en este planeta Rafael Nadal Parera, nuestro Rafa Nadal. Varios apodos se le han dado durante su vida: la Fiera, el Rey de la tierra, el Matador o el Gladiador. Cualquiera de ellos describe perfectamente al mejor deportista español de todos los tiempos y al segundo mejor tenista de la historia, tan solo por debajo del también admirable Novak Djokovic. Sus números deportivos son estratosféricos: veintidós títulos de Grand Slam (catorce Roland Garros, cuatro Abiertos de los Estados Unidos, dos Wimbledon y dos Abiertos de Australia); noventa y dos títulos de torneos ATP, de los cuales treinta y seis son Masters 1000; cinco Copas Davis con el equipo español; dos medallas de oro en Juegos Olímpicos, una de ellas en la competición de dobles; doscientas nueve semanas en el número uno del ranking mundial de la ATP... En resumen, un fuera de serie, que nos ha deleitado a los amantes del tenis durante casi dos décadas.

    Y, sin embargo, el mito de Rafa Nadal va mucho más allá de la gloria deportiva. Así, debemos recordar que en el análisis de imagen de personajes públicos en España, realizado periódicamente por la prestigiosa consultora Personality Media, nuestro querido manacorense ha aparecido durante muchos años en el primer lugar de la clasificación. Los ciudadanos españoles han valorado su faceta deportiva, pero no solo esta. Y es aquí, precisamente, donde acaba el Nadal tenista y donde comienza el Nadal legendario.

    Desde mi punto de vista, dos elementos han sido claves para permitir que un portentoso y sobrehumano deportista haya penetrado durante casi veinte años en los corazones de las personas anónimas, de casi cualquier condición sexual, económica, social o cultural. El primero, la humildad. Estamos tan acostumbrados a que estrellas rutilantes del firmamento deportivo o musical se crean dioses del Olimpo, demuestren jactancia y fanfarronería, actúen con prepotencia y derrochen chulería a raudales, que el hecho de que el segundo mejor tenista de todos los tiempos esté en las antípodas de estos tristes y ridículos comportamientos nos deja atónitos.

    Pero la humildad de nuestro entrañable Rafa no se acaba en la falta de ego que sobrepasa a la mayoría de los cracks deportivos o musicales. No es que desprecie darse importancia (él se hallará siempre en el club de los elegidos del deporte de toda la historia), sino que su conducta y su comportamiento han ido siempre acompañados de la sencillez; de la sonrisa comedida y sincera; del triunfo de alguien que podría ser nuestro vecino de enfrente; de su relación sentimental con una compañera tan normal como él; de su falta de estridencia; de sus declaraciones medidas y casi siempre acertadas; de su saber ganar y saber perder (este último, siempre tan difícil); de su caballerosidad con el contrario; de su falta de exposición al papel cuché; de su españolidad verdadera y auténtica, tan alejada del patrioterismo de hojalata de otros personajes públicos...

    Y si le faltaba algo a este ser virtuoso, también le dio la naturaleza, Dios, el demonio o la educación de su tío Toni el don del agradecimiento, otro de los elementos clave del pensamiento estoico. "Es de bien nacidos ser agradecidos" dice un refrán muy antiguo. En una sociedad, como la nuestra, en la que pocos dan las gracias por cualquier acto llevado a cabo durante la vida cotidiana, el gran Nadal ha tenido a gala agradecer siempre a todos y a todo lo que le rodea y ha participado en los aledaños de su frenética carrera deportiva: sus entrenadores, su familia, su tierra chica y grande, el público, los jueces, los recogepelotas, los periodistas, las marcas comerciales, la fortuna de tener una profesión tan estimulante, el haber salido tantas veces a flote cuando todo parecía perdido...

    Y aquí, con esta última frase, enlazamos con la segunda gran cualidad de este astro de la galaxia tenística: su capacidad para aceptar la realidad que a uno le toca vivir, su imperturbabilidad ante la desgracia y su autocontrol.

    Muchos deportistas y, por supuesto, muchos tenistas han tenido, a lo largo de la historia, algunas o muchas dosis de estas virtudes estoicas, pero es, quizá, nuestro manacorense favorito el que ha conseguido reunir las más altas cotas de las mismas. Recuerdo a Björn Borg, a Ivan Lendl, a Mats Wilander, a Pete Sampras: eran témpanos de hielo, auténticos gladiadores zen, a los que parecía que nada les afectaba, a los que el mundo exterior fuera de los márgenes de las canchas de tenis en las que jugaban no existía. Pero ninguno de ellos, ni del resto de grandes tenistas de nuestra época ganaron tantos torneos (salvo Nole), tuvieron una vida tan longeva a nivel deportivo ni, por supuesto, sufrieron tantas lesiones como nuestro glorioso Rafa.

     Desde su estreno como tenista profesional en 2001 hasta su inminente retirada en la Copa Davis de este 2024, es decir, a lo largo de los últimos veintitrés años, el bueno de Rafa Nadal ha padecido la friolera de veinticuatro lesiones, que han afectado a diversas partes de su cuerpo: fisura en codo derecho; fisura del tercer arco costal izquierdo; desinserción de la vaina de la muñeca derecha; inflamación de la vaina de la muñeca izquierda; molestias en la rodilla derecha; dolor crónico en el tendón rotuliano de la rodilla derecha; rotura del tendón rotuliano izquierdo; tendinitis en ambas rodillas; molestias en el hombro izquierdo; dolores en el brazo izquierdo; lesión abdominal; desgarro abdominal; lesión en el psoas ilíaco; fractura en el pie izquierdo; astroscopia en el tobillo derecho; inflamación en los tendones peroneos; y, la más famosa de todas, el síndrome de Müller-Weiss en el pie izquierdo, que le apareció a los cuatro meses de conseguir su primer Roland Garros en 2005, y que arrastró hasta finales de 2021.

    A veces, las lesiones hicieron acto de presencia cuando Nadal ya tocaba con los dedos algún Grand Slam, como durante aquella final del Abierto de Australia de 2014, contra el suizo Stanislas Wawrinka; o en la semifinal del Abierto de Estados Unidos de 2018, contra el argentino Juan Martín del Potro. En ocasiones, ganó lesionado un partido, como en los cuartos de final de Wimbledon de 2022, contra el norteamericano Taylor Fritz, a costa, eso sí, de no poder ya disputar la semifinal contra el australiano Nick Kyrgios, por romperse definitivamente. Recuerdo nítidamente aquel partido, por la épica victoria, pero, fundamentalmente, por los gestos del padre de Rafa desde las gradas indicándole a su hijo que abandonara el match ante los problemas físicos que lastraban su rendimiento, a lo que nuestro héroe no solo no hizo caso, sino que acabó apuntándose la victoria.

    Ante este sinfín de contrariedades, Rafa Nadal actuó como un consagrado estoico. Por una parte, asumió el destino que la siempre cambiante y caprichosa fortuna envía a los seres humanos. Nunca o casi nunca oí o leí una queja extemporánea o una salida de tono en los momentos o días posteriores a una lesión. Nunca se resignó, sino que siempre aceptó la dura realidad que le tocó vivir. Llamémoslo imperturbabilidad, autocontrol o cualquier expresión similar. Lo cierto es que su fortaleza interior le permitió mantenerse a flote en medio de la tormenta.

    Sin embargo, si fascinante me pareció siempre esa asunción zen de la esquiva suerte, más me impresionó aún su capacidad para remontar el vuelo. Este ave fénix de nuestro tiempo regresó veinticuatro veces después de cada una de sus veinticuatro lesiones. En ocasiones, su resurgir fue inmediato, pero en muchos momentos tardó largos períodos de tiempo en volver a encontrar su gran tenis y, por ende, la victoria. Hubo temporadas que muchos (como yo) le dieron por acabado. Parecía que se arrastraba por las pistas, perdía con rivales muy inferiores en el ranking, el final parecía cercano...

    Pero a base de tesón, de disciplina, de autocontrol, de dejar de lado las pasiones negativas, de mantenerse en calma mientras atravesaba los procelosos mares de sus continuos regresos al dique seco, de espíritu estoico en suma, Rafa, nuestro Rafa volvió una y otra vez a reencontrarse consigo mismo y, por extensión, con el triunfo. Y si después de tanto remar contra corriente, al final ha decidido decir adiós a su querido tenis en este 2024, habrá sido, sin duda, porque, como afirmó el locuaz torero Rafael Guerra "Guerrita", "lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible".

    Un superhéroe de nuestro tiempo finaliza su aventura deportiva entre el 19 y el 24 de este mes de noviembre en el malagueño Palacio de Deportes Martín Carpena. Muchos (la mayoría) le echarán de menos por su tenis, sus drives, sus passing shots, sus revés cortados, sus smashs, sus dejadas, sus voleas... Reconozco que, durante años, disfruté y me emocioné mucho con el Nadal tenista, pero si tuviera que quedarme con algo de este legendario personaje, no me cabe duda que sería con su humildad y con su espíritu estoico. Estos rasgos fueron los que acabaron trasladándole al verdadero Olimpo de los dioses de la historia, en donde también habitan desde hace dos milenios cuatro remotos personajes, como Zenón de Citio, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.

     








4 comentarios:

  1. Germán de la Fuente18 de noviembre de 2024, 10:11

    Qué gran presidente nos espera si al final ocurre lo inevitable...hasta los "seres superiores" acaban sus días...dos cosas más, una para mí ha sido mejor que Djokovic salvo los últimos 3/4 años, dos, un par de referencias que seguro que has visto : el documental de Federer-Nadal El partido del Siglo: (segunda final de Wimbledon) y el segundo, a Toni cuando deja de ser entrenador y da charlas magistrales hablando de cómo motivó a su sobrino para ése partido, apoteósicos...

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  2. Fernando Savater dice: "Los estoicos consideraban el arrepentimiento como algo malo. El hecho de mejorar es positivo, pero el dolor por el pasado, no. Hay cosas que ahora nos parece que no tienen sentido pero cuando se hicieron posiblemente sí lo tenía". El pensamiento estoico representa la positividad, un valor que demuestra Rafa Nadal en su conducta.

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