Media hora más tarde que la cogida del famoso torero, inmortalizada por el gigante granadino de las letras, te nos escapaste, Mari, hacia el otro lado del mundo, donde nunca amanece, hace hoy justamente nueve años. Y 108 meses después, veo aún aquella silenciosa habitación, con papá y mamá a los pies de tu cama y yo, a tu lado, y observo, a las cinco y media de la tarde de aquel jueves asesino, cómo una repentina blancura comienza a recorrerte desde los pies hasta la cabeza. Y percibo cómo casi cuarenta y cuatro años de vida van desapareciendo súbitamente delante de nuestros ojos atónitos. Y recuerdo cómo lloramos los tres, desconsolados.
Y 3288 tardes después de aquel último atardecer, me sigue impresionando tu lucha por la vida, tu guerra sin cuartel contra el miserable destino con el que te tocó lidiar, tu espíritu combativo contra la desgracia. Veintinueve años estuviste batallando contra una enfermedad de primer orden, y tres años contra otra, hors categorie, las dos en su máximo grado. Y hasta el último día, en que te desvaneciste en un sueño continuado de diecisiete horas antes de partir hacia la última playa, siempre demostraste una entereza formidable, una positividad gigantesca, una armadura psicológica inquebrantable.
Alguna vez lo pensé y te lo comenté: ¿cómo era posible que después de tantos años de calamidades sin cuento, de tanta decadencia física, de tanto hundimiento material, de tanta declinación, cómo era posible, repito, que te encontraras cada vez mejor de la mente, del espíritu, de la conciencia, del océano interior? Sí, ya sé que tuviste grandes "profesores" (lo que yo denominaba "las distintas glaciaciones" que habían pasado por tu vida), en especial el gran Mario y la gran Marly, pero por mucho auxilio exterior que recibieras, tú y solo tú fuiste la que te curraste el indestructible caparazón de tortuga (animal que me fascina por su lentitud, tan alejada de la disparatada vida que muchos llevan en la sociedad actual; por su longevidad; y por su pétrea estructura física) con el que recubriste y protegiste tu maltrecho cuerpo. Como los hoplitas griegos, como las falanges romanas, como los cuadros ingleses en Waterloo, tu armazón interior hizo frente siempre con éxito, hasta el último día, a la desgracia infinita.
En tres versículos del bíblico libro del Apocalipsis (1, 8; 21, 6 y 22, 13) aparece la frase "Yo soy el alfa y la omega", para referirse a Jesucristo y a Dios padre. La expresión es interpretada por muchos creyentes como significado de que Dios existió desde el principio del tiempo y que existirá por siempre. Pues bien, junto a pajarillo y a papá, tú siempre representarás para mí el alfa y la omega, el comienzo y el fin de todo. A veces, con el paso del tiempo y con los cientos de pequeños problemas cotidianos que nos preocupan a cualquiera ("problemas", que no "desastres", como dijo aquel judío superviviente del campo de exterminio de Auschwitz), parece que te desvanecieses entre sueños y bruma, parece que nunca hubiera tenido yo una hermana, parece que te hubieran tragado las arenas de la historia. Pero cuando hacen acto de presencia los grandes obstáculos, las grandes preocupaciones, los grandes contratiempos (o eso a mí me parecen), siempre, y digo siempre, vuelves a surgir, vuelve a aparecer en el firmamento, mirando hacia el este, "mi estrella de la mañana", esa que "se ha entrado en mí como el amor se entra sigilosamente en el corazón, hasta embargarlo de dulzuras". Esa que "se ha fundido conmigo como el alma se funde con el cuerpo desde el primer latido". Y tú, pajarillo, me guías a través de la noche, me alumbras en la oscuridad, haces de luciérnaga a través de las tinieblas, me impulsas a seguir viviendo a pesar de todo.
¿Cómo no recordar aquellas inefables charlas en tu habitación, en las que me aconsejabas sobre todo, y recalco lo de "todo"? ¿Cómo olvidar aquella sabiduría oriental (ahora que se acerca, raudo, el kumbhamela en Allahabad), sobrenatural, eterna, que desprendías en cada frase, en cada palabra? ¿Cómo no acordarme de aquella reiteración tuya en que yo no podía ni debía emular solo a don Quijote (el idealismo), sino también a Sancho Panza (el realismo, la practicidad)? ¡Cuántas noches gastaste en orientarme en mi desorientación vital, y qué poco caso te hice hasta hace un cuarto de hora, como quien dice?
Atravesaste este breve ínterin, que es la vida, recorriendo su parte más oscura y espeluznante. Pasaste por este valle de lágrimas arrastrando miserias y calamidades de todo tipo. Como el bíblico Job, sufriste los más crueles tormentos de la fortuna, y casi nunca te quejaste. Y un buen día, volaste hacia el ocaso, sin ruido, sin lamentos, sin una lágrima. Y sin embargo, emulando la voz en off que despide la mítica película La misión, aunque tú estás muerta y yo sigo vivo, en verdad soy yo quien ha muerto, y tú la que vives. Porque como ocurre siempre, los espíritus de los muertos sobreviven en la memoria de los vivos. Bon voyage.
Grandísima reflexión y recuerdo para honrar su memoria. Extrañamos ya a varios familiares cercanos que se han ido y no de la mejor forma, y desde luego a ella le toco además uno de los mayores sufrimientos.
ResponderEliminarLa suerte no se reparte ni de igual manera ni de manera justa, ahora bien a cada uno nos toca afrontar cada día con lo que tenemos....la vida misma....
Coincido y convengo que nuestra obligación como pago y mejor recuerdo hacia ellos debe ser seguir, afrontar, luchar cada día. No olvidemos disfrutar del camino que aun nos queda por andar.
DEP para ella y los familiares que también se fueron.
Muchísimas gracias por tu comentario y por tu reflexión, David. Un abrazo.
EliminarSiempre que hablas de tus seres queridos, aflora la belleza de sus almas.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Jerónimo. Un abrazo.
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