martes, 18 de marzo de 2025

LOS SIETE DÍAS EN LA OSCURIDAD DEL DETECTIVE "POPEYE"

LA GRAN PERSECUCIÓN

Alguna noche de principios de los años ochenta, probablemente de sábado, visioné embebecido una película policíaca de acción trepidante, de la que entonces poco o nada sabía, pero que había resultado ganadora de tres Globo de Oro y cinco premios Óscar (mejor película, mejor director, mejor actor, mejor guión adaptado y mejor montaje) en 1971: The French Connection.

El filme, que en España se llamó Contra el imperio de la droga, narra las peripecias de dos policías neoyorkinos, Jimmy "Popeye" Doyle y Buddy Rosso, que siguen la pista de una red de traficantes de droga, dirigida por el ciudadano francés Alain Charnier. Como de aquella primera vez que la vi han pasado cerca de cuarenta años, no recuerdo exactamente la sensación general que me produjo su emisión, pero, sin embargo, lo que sí me impresionó profundamente y quedó grabada a fuego en mi retina durante el resto de mi vida fue la increíble persecución que, a mitad de la película, se desarrolla por las calles de Nueva York, en la que el detective "Popeye" persigue a un sicario de la trama criminal en un vehículo, mientras el delincuente huye en un tren elevado de la megalópolis.

Esa persecución en coche, una de las más memorables de la historia del cine, realizada sin gran parte de los permisos necesarios para grabar las escenas, desarrollada a lo largo de veintiséis manzanas y a una velocidad máxima de 145 km/h, catapultó a la fama mundial a un actor estadounidense, que desde aquella misma noche se convirtió en un mito y en un símbolo para mí: Gene Hackman.

Dos secuencias de The French Connection (www.neoteo.com y www.20minutos.es)

EL LEGENDARIO ACTOR

Nacido el 30 de enero de 1930 en San Bernardino (California), Eugene Allen Hackman, como así se llamaba, tuvo una carrera artística que duró más de cuarenta años, y en la que participó en setenta y nueve películas de cine, obteniendo dos premios Óscar (The French Connection y Mississippi Burning) y cuatro Globo de Oro. Aunque quizá fuera más conocido por el gran público debido a otros icónicos filmes, como Superman, Superman II, Reds o Wyatt Earp, el actor californiano fue siempre para mí el detective "Popeye", el de la gran persecución por las calles de Nueva York.

Su prolífica vida en los escenarios se cerró, abruptamente, en 2004, cuando, después de participar en Bienvenido a Mooseport, declaró, en una entrevista televisiva, su intención de retirarse, fundamentalmente por problemas de corazón. Este propósito lo materializó, finalmente, en 2009, después de una prueba de esfuerzo a la que se sometió en Nueva York, tras la que su médico le aconsejó no volver a exponer su corazón a cualquier tipo de estrés. Después de ello, se alejó completamente de los focos, se dedicó a la pintura y a la escritura, y desarrolló una vida sencilla en su casa de Santa Fe (Nuevo México) en compañía de su segunda esposa, Betsy Arakawa, una pianista de música clásica treinta y dos años más joven, con la que se había casado en segundas nupcias en 1991.

"SI UN DÍA, PARA MI MAL, VIENE A BUSCARME LA PARCA..."

Pocas noticias se tuvieron de él durante estos últimos dieciséis años, hasta que el pasado 26 de febrero un trabajador de mantenimiento de la vivienda de la pareja, alertado al no abrir nadie la puerta, dio la voz de alarma a la policía, que halló los  cuerpos sin vida de ambos, así como el de un perro pastor alemán. A Gene Hackman lo encontraron caído en una antesala, vestido con un chándal gris, y con un bastón para caminar y unas gafas de sol a su lado. A su mujer la hallaron en el suelo de un baño, con un calentador cerca de la cabeza y con un bote abierto de medicamentos al lado, junto al segundo perro del matrimonio, que merodeaba junto a su dueña, mientras un tercero paseaba por la vivienda.

Las extrañas circunstancias de las muertes dispararon todo tipo de especulaciones, aunque, al final, como siempre, la realidad superó claramente a la ficción o a la elucubración. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), Betsy Arakawa falleció el 11 de febrero a causa de un síndrome pulmonar por hantavirus, una enfermedad infrecuente pero muy grave, causada por un virus que las personas adquieren por contacto con orina, excrementos o saliva de ratas infectadas, fundamentalmente al respirar aire contaminado con el virus.

En el caso del perro, de nombre Zinna, apareció muerto dentro de una jaula, probablemente deshidratado, no se sabe en qué fecha.

Sin embargo, lo más impactante de esta tragedia sucedió con el oscarizado actor. Al parecer, su fallecimiento, debido a un problema cardíaco, tuvo lugar el 18 de febrero, es decir, siete días después de la muerte de su mujer. ¿Qué pasó durante esa semana misteriosa? ¿Por qué el hombre que dio vida al detective "Popeye" no dio la voz de alarma, por qué no pidió ayuda? La respuesta, mucho más sencilla que cualquier teoría conspiranoica, tiene un nombre espeluznante: Alzheimer.

Gene Hackman padecía la "madre de todas las enfermedades", en un estado muy avanzado. Desde hacía años, su mujer se había convertido en su única cuidadora y, aunque durante mucho tiempo sus vecinos le vieron jugando al golf, en su camioneta o paseando por los alrededores, desde el confinamiento a raíz del covid-19, el actor prácticamente no salía de su casa, localizada detrás de unos árboles, al final de una calle sin salida, en la urbanización Santa Fe Summit, a las afueras de la propia ciudad neomexicana.

Última aparición pública de Gene Hackman (18-3-2024) (www.milenio.com)

LA SEMANA DE LAS TINIEBLAS

La estremecedora historia aterroriza aún más cuando descendemos a los detalles. No queda claro si el bueno de Gene se dio cuenta de que su mujer se hallaba muerta, pero si se dio cuenta, según apunta un terapeuta ocupacional experto en cuidados de personas con demencia entrevistado por la BBC, el comportamiento del actor durante esos siete días conviviendo con el cadáver de su mujer "era como si viviera en una película que se repetía". Según la teoría que manejan este y otros médicos expertos, a lo largo de esa semana, el actor "atravesó varias etapas de confusión y pena, tratando de despertar a su mujer antes de que su enfermedad le ocasionara confusión (quizá distraído por algo en otro cuarto, por uno de los perros o algo) o lo abrumara tanto que no pudo actuar, un proceso que posiblemente se repitió durante días antes de que él también muriera". Una suerte de macabro y terrorífico remedo de la clásica película Atrapado en el tiempo.

Pienso en "Popeye" durante esa semana de oscuridad. Pienso en sus idas y venidas por una casa fantasmal, habitada por dos cadáveres calientes y dos canes paseando. Pienso en ese detective que conducía a 145 km/h por debajo de un metro suburbano hace cincuenta y cuatro años, persiguiendo a un asesino, deambular por su domicilio durante siete días y siete noches eternas, intentando despertar sin éxito a su eterna amiga, distrayéndose por cualquier nimiedad, dándose cuenta nuevamente de que su esposa estaba en el piso y volviendo a repetir una y otra vez el intento de reanimarla. Pienso en Betsy, ese ángel que cuidó de su marido hasta el día de su muerte, que no pidió ayuda a nadie para sobrellevar el duro trabajo de la "madre de todas las enfermedades".

El grito, de Edvard Munch (1893) (www.todocoleccion.net)

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI

Y al divagar sobre el triste destino de Gene Hackman y su mujer, no puedo dejar de acordarme de todas las personas en este puto mundo que se hallan aquejadas de este infernal mal y, en especial, de aquellas más cercanas, algunas de las cuales aún viven y otras, no: un abuelo, un tío, una tía... y, por supuesto, tú, pajarillo, mi pajarillo.

Ante estos dramas, ante estas tragedias, no valen oraciones al más allá, no valen rezos, no valen conjuros, no vale medicina alternativa, no valen cursos de crecimiento personal, no valen terapias sanadoras, no vale alimentación saludable, no vale hacer mucha vida social, no vale andar diez mil pasos al día... Ante estos males, ante estos desastres, solo podemos confiar en la ciencia, el único y gran arma que poseemos los Homo sapiens sapiens. El resto de remedios, la nada.

Siento un fuerte desgarro al meditar sobre estas calamidades, que hacen tan vulnerable, tan frágil al ser humano, y que en cualquier momento pueden aparecer en nuestra vida. Y como uno nada puede hacer por evitar su aparición, su desarrollo o su aceleración (como en el caso de mi entrañable "Popeye"), lo único que se me ocurre, rememorando la impactante queja sobre las guerras que realizó el excoordinador de Izquierda Unida, mi admirado Julio Anguita, después de morir su hijo en la Guerra de Irak; y poniendo palabras al personaje de El grito, el cuadro del pintor noruego Edvard Much, es lanzar al aire una única y lapidaria frase: Maldito sea el Alzheimer y malditas todas las enfermedades.










miércoles, 5 de marzo de 2025

LOS NUEVOS TARTUFOS

LA HIPOCRESÍA, ESE CLÁSICO TAN HUMANO

El 5 de febrero de 1669 se estrenaba de forma definitiva (cinco años antes se había hecho una versión reducida, de solo tres actos, pero había sido inmediatamente prohibida por el rey Luis XIV) la inmortal Tartufo, comedia escrita por el francés Jean-Baptiste Poquelin, conocido mundialmente con el seudónimo de Molière. Para este dramaturgo, actor y poeta francés, considerado como uno de los mejores literatos de la historia, la intención de la obra era "la crítica de los falsos devotos, de los hipócritas que se presentan bajo la apariencia de personas con fuertes valores cristianos y que esconden otros intereses".

Aunque el tema de la hipocresía (término que, según la RAE, alude al "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan) ha sido tratado por infinidad de autores a lo largo del tiempo, es, quizá, la pieza del gran Molière la más representativa de este muy humano defecto. Y si el personaje de Tartufo se ha convertido en un clásico (como don Quijote o Macbeth) ha sido porque el comportamiento que desprende es universal e intemporal. Vamos, que trescientos cincuenta y seis años después de su definitivo estreno, el mensaje central de la obra se halla pero que muy de moda. Veamoslo.

Frontispicio de una edición bilingüe (francés-inglés) de 1739
(es.wikipedia.org)

ENTRE MORO, CAMPANELLA Y ROUSSEAU

A mitad de la pasada década, se instaló en nuestra piel de toro una nueva raza de hombres y mujeres, cuyo proyecto ideológico había germinado en cierto país de allende los mares, de cuyo nombre no quiero acordarme. Estos nuevos Mesías laicos emergieron con el objetivo último de crear un nuevo paraíso en la tierra (en este caso, en la nuestra), a mitad de camino entre la Utopía de Tomás Moro y la Ciudad del Sol de Tomás Campanella. Efectivamente, se trataba de barrer las viejas tradiciones, los viejos valores, la vieja sociedad burguesa apolillada, por otra en la que reinara la verdadera justicia, la verdadera igualdad y la verdadera fraternidad.

Dentro de estos excelsos valores de nuestros nuevos Adanes y Evas, cuales buenos salvajes de Jean-Jacques Rousseau, ellos dieron siempre prioridad a la lucha de clases (los de abajo contra los de arriba), la lucha por la vivienda (los inquilinos contra los propietarios), la lucha de opciones sexuales (los homosexuales contra los heterosexuales), la lucha religiosa (los laicos contra los católicos), la lucha medioambiental (los ecologistas y conservacionistas contra los ciudadanos que poseían coche, un elemento claramente burgués y contaminante) y, sobre todo, la lucha entre la mujer y el hombre.

ANTES DE ELLOS, NO EXISTÍA EL FEMINISMO

Según nuestros y nuestras lumbreras de turno, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor, Federica Montseny, Lidia Falcón y Cristina Almeida poco o nada aportaron al feminismo clásico, es decir, al movimiento político y social que busca la igualdad de oportunidades entre los sexos y la eliminación de la discriminación o violencia contra las mujeres. Tan solo la llegada de estos supermen y superwomen dio lugar al inicio de la liberación real y efectiva del sexo femenino.

LA GUERRA DE LOS SEXOS

Dentro de su planteamiento general feminista, que creo, honradamente, la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país podríamos suscribir, destacó desde un principio el sangrante tema de la violencia contra la mujer, que estos intrépidos Robinsones y Robinsonas del siglo XXI utilizaron para azuzar la guerra entre los sexos. Una guerra, claro, en la que el heteropatriarcado lo explicaba todo; una batalla, en la que cualquier denuncia realizada por una mujer contra un hombre se consideraba verdadera y probada, sin necesidad de esperar a una sentencia judicial; una lucha, en la que se llegaron a crear juzgados especializados en violencia de género, como si los Juzgados de Primera Instancia e Instrucción de toda la vida no supieran gestionar estos temas; una fricción, en la que se creó una ley que sentenciaba a los hombres con una pena el doble de alta que a las mujeres por los mismos delitos.

¡La de admoniciones que nos lanzaron los nuevos clérigos y las nuevas clérigas contra todos aquellos que no comulgábamos con sus ruedas de molino! ¡La de diatribas que arrojaron los nuevos Adanes y Evas frente a la sociedad burguesa, masculinizada, corrupta y pecadora! ¡La de advertencias que llevaron a cabo nuestros buenos y buenas salvajes sobre lo machista, libidinosa y excitada sociedad española! ¡La cantidad de barbaridades que se enunciaron a cuenta de los delitos sexuales!: lo mismo era un piquito durante una celebración navideña que una violación grupal en los Sanfermines pamplonicas; lo mismo era un piropo que una bofetada en la cara; lo mismo era un baboso impertinente que un depredador sexual; lo mismo era intentar ligar con una chica en una discoteca que raptar a una mujer para realizar una película snuff; lo mismo era mirar a una mujer en un autobús admirando su belleza que ser un tratante de carne humana. 

Para la nueva raza de hombres y mujeres, todo era machismo, todo era heteropatriarcado. Solo ellos y ellas eran los puros y las puras, los buenos y las buenas, los castos y las castas, los limpios y las limpias de corazón, los elegidos y las elegidas por el destino para desinfectar nuestra sociedad putrefacta, manchada de injusticia y opresión hacia la mujer.

... Y APARECIÓ LA GOTA MALAYA

Pero un buen día, en una suerte de justicia divina, surgió la gota malaya. Primero, allá a finales de la segunda década de nuestro siglo aparecía el primer caso de denuncias contra un miembro de la súper raza por acoso sexual en unos lavabos públicos. El pájaro en cuestión fue apartado, sí, de su cargo, por este miniescándalo, aunque no por algunos tuits en un blog, en los que expresaba sus deseos de torturar, matar o pedir la guillotina para rivales políticos.

Más cercano en el tiempo, emergió la figura de uno de los machos alfa de la nueva casta laica, que se sinceraba sobre su feminismo militante en un chat grupal, al declarar que "azotaría hasta que sangrase" a una conocida periodista.

Pasaron los años, y nuevamente otro puntal del grupo comprometido con la liberación de la mujer aparecía denunciado por varias féminas, que le atribuían diversos comportamientos de violencia machista y acoso sexual.

Finalmente, aunque barrunto que no será el último caso, surgió hace poco otro escándalo que envuelve a la tercera pata del grupo que vino a regenerar la enfermiza sociedad española, y que se concretó en otras denuncias de varias mujeres por conductas inapropiadas y agresiones sexuales llevadas a cabo por el alto sacerdote laico.

Paralelamente a estos lamentables hechos, se agranda la sospecha de que en buena parte de ellos, la jerarquía sacerdotal, laica por supuesto, dominada desde hace tiempo por mujeres, miró para otra parte, asumiendo que estos episodios sufridos por otras mujeres había que considerarlos como "pelillos a la mar".

Jesús discutiendo con los fariseos en el templo
(www.evangelicodigital.com)

FALSARIOS DE PELÍCULA

¿Qué moraleja podemos y debemos sacar de este desgraciado asunto? Algunos ingenuos afirmarán que la carne es débil, que estas cosas han pasado siempre o, incluso, que, en realidad, otros, pertenecientes a otros colores, habrán hecho barbaridades más grandes. Yo, sin embargo, incido sobre la hipocresía y la doble moral. Desde que aparecieron en escena, estos farsantes y estas farsantes de opereta nos señalaron a los hombres como unos depredadores sexuales dentro de un mundo en el que se había instalado una guerra de sexos. Los nuevos y las nuevas Robespierre de pacotilla emergieron, según ellos, para traer la justicia a un mundo en el que el hombre siempre era el león y la mujer, el cervatillo. Ellos y solos ellos, ellas y solo ellas establecieron las conductas que debían respetarse entre hombres y mujeres. A tanto llegó su arrogancia, petulancia y prepotencia ideológica, que una alta sacerdotisa del conglomerado se rasgó las vestiduras por que, en una reciente encuesta sobre costumbres sexuales, las chicas jóvenes españolas prefirieran la penetración a la masturbación. ¿Cómo era posible que se necesitara a un hombre para algo? Intolerable.

Hoy, que en el escenario del teatro del mundo algunos y algunas han quedado desnudos en cuanto a su verdadero rostro y alma; hoy, que ya sabemos que los supermen y superwomen destinados a la gloria hacían exactamente lo contrario de lo que proclamaban; hoy, que ha caído el telón sobre la credibilidad de estos aprendices de brujos; hoy, a estos nuevos Tartufos del siglo XXI les deberíamos, entre todos y todas, dedicar las inmortales palabras que Jesucristo lanzó a otros hipócritas hace dos mil años, contenidas en el Evangelio de san Juan, capítulo 23, versículo 27:

"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia".

Y siguiendo al mismo evangelista, yo remataría esta desgraciada historia recitando otra dos gloriosas afirmaciones, insertas esta vez en el capítulo 11 del mismo sagrado libro, para resumir el post de este día de finales de invierno:

"El que tenga oídos, que oiga" y "Quien pueda entender esto, que lo entienda".









WATERLOO, EL OCASO DEL HOMBRE QUE ARRUINÓ ESPAÑA

EL EMBRUJO DE NAPOLEÓN Sí, he de reconocerlo. Yo también, durante años, sufrí el influjo de la alargada sombra de Napoleón Bonaparte (1769-...