CLARICE Y HANNIBAL
No, no voy a hablar sobre aquella película de terror, que llegó a los cines españoles (cuando había cines) un 6 de septiembre de 1991, y que narraba la inquietante relación entre una estudiante del FBI y un asesino en serie, con el fin de atrapar a un psicópata que arrancaba la piel de sus víctimas después de matarlas. No, no me referiré al trauma infantil que la agente Clarice Starling confesaba al doctor Hannibal Lecter, en su desesperado intento de que este le asesorase para detener a "Buffalo Bill". Y es que la buena e inocente policía pasaba las noches en vela, acosada por el estridente balido de los corderos a punto de ser sacrificados en la granja donde nació. No, no disertaré sobre las inocentes víctimas de aquel depredador en la ficción, pero sí sobre otras inocentes víctimas, por desgracia reales, en la España de hoy.
LAS FRÍAS CIFRAS
En octubre de 2024, la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña publicaron su informe anual (lo llevan haciendo desde 2016) sobre acoso escolar en España, que recoge la opinión de 9302 alumnos y 454 profesores, pertenecientes a la Educación Primaria (de seis a once años) y a la Educación Secundaria Obligatoria (de doce a dieciséis años), que han participado en programas de concienciación y prevención del bullying en 194 centros de cinco Comunidades Autónomas. Las principales conclusiones del estudio nos trasladan a la parte cuantitativa de esta problemática, a sus frías cifras:
- El 9,4 % del alumnado es víctima de acoso escolar presencial y/o de ciberbullying.
- El 47,3 % de los alumnos que sufre acoso lo experimenta durante meses, y el 26,6 %, durante más de un año.
- Los insultos, motes y burlas son las formas de agresión más mencionadas por los chavales (87,6 %), seguidas del aislamiento (42,6 %), la difusión de rumores (26,8 %), los golpes y las patadas (22,2 %), las amenazas (20,9 %) y el robo o la rotura de objetos (11,4 %).
- El 49,8 % del acoso escolar se realiza en grupo.
- Los motivos más señalados por los que el acosador se mete con la víctima son las cosas que esta hace o dice (57,9 %), el aspecto físico (55,5 %), problemas personales (psicológicos, discapacidad, de lenguaje, etc.) (33,5 %), huele mal o viene sucio (19,9 %), cultura, raza o religión (15,7 %), es nuevo (10 %), sus notas académicas (9,8 %) o su orientación sexual (7,1 %).
- En opinión del profesorado, los aspectos decisivos que inciden en que se produzca el acoso escolar son la presión del grupo de amigos (88,8 %), la normalización de la violencia (87,9 %), el uso indebido de las nuevas tecnologías y de las redes sociales (87,4 %), la falta de respeto a las diferencias (86,1 %) o el tipo de modelo educativo familiar (permisivo, autoritario...) (57,7 %).
J'ACCUSE
Parafraseando al escritor Émile Zola en su célebre "Carta abierta al presidente de la República Francesa", publicada en el periódico L'Aurore el 13 de enero de 1898, en el marco del desdichado caso Dreyfus, "yo acuso". Desde hace muchísimo tiempo, me ha interesado sobremanera este drama soterrado, por diversos y poderosos motivos. El primero de ellos es porque yo sufrí bullying cuando cursaba la antigua EGB en un colegio público (toda mi vida he ido a colegios, institutos y universidades públicas). Si la memoria no me falla, ello aconteció en séptimo y octavo, es decir, cuando yo contaba entre once y trece años de edad. Aunque no recuerdo con nitidez el momento exacto, sí me acuerdo perfectamente de los nombres de los puñeteros demonios, a los que tenía más miedo que a un nublado: Abel y Elías por una parte, y Pantoja y Miguel Ángel por otra. Se trataba de dos grupos que actuaban autónomamente, esto es, que eran grupos de dos chicos que no tenían conexión en su maldad entre ellos.
Digamos que yo era un candidato perfecto para estos hijos de su madre: introvertido, tímido, miedoso, poco sociable, con buenas notas (aunque nunca excesivas)... Las formas del acoso escolar que sufrí fueron de dos tipos. El primero, veladas amenazas para que les facilitara trabajos que había que realizar en casa, pertenecientes a diversas asignaturas. El segundo, pequeñas y grandes bromas, mediante las que amagaban con pegarme. Afortunadamente, nunca llegaron a producirse agresiones, pero la intimidación duró entre uno y dos años. Yo nunca conté nada de esto a mis padres ni a mis profesores. Y por fortuna, jamás quedó marca psicológica al respecto.
INTIMIDAD Y SOLEDAD
La segunda razón que me acerca a esta lacra social es la forma en que la víctima del acoso gestiona este. En el informe citado al principio, se comenta que el 53 % de los alumnos encuestados afirma que los compañeros sí actúan ante esos hechos, y el 71,4 %, que también lo hacen los profesores. A unos, estos datos les parecerán optimistas, y a otros, inquietantes. Desde luego, a mí no me ayudó nadie, porque, entre otras causas, no solicité auxilio, aunque también influyó el tipo de acoso que sufrí. Estamos acostumbrados a que, de vez en cuando, salgan noticias impactantes sobre agresiones grupales hacia un niño, normalmente grabadas con un smartphone. Ahí la cosa está clara, como también lo está cuando un grupo de pequeños hijos de Satanás profieren gruesos insultos a un pobre chaval.
Sin embargo, aceptando los datos del informe de ANAR y la MM, el gran problema viene cuando el acoso es sutil, soterrado, cuasiinvisible. Amenazas o pequeñas burlas, intimidaciones en las redes sociales, formas de aislamiento social, pequeñas agresiones que no dejan rastro, intentos de hacerte quedar en ridículo ante el resto de compañeros de clase...
Estas formas de bullying "de baja intensidad" son, quizá, las peores, porque se vuelven indetectables y, ante ellas, el que las sufre se halla completamente desvalido. Un manto de silencio cae sobre la víctima, que asiste, impávida, a la normalización del terror psicológico, a veces físico.
En todas las formas de acoso escolar, algunos damnificados contarán el caso a sus padres; otros, a sus profesores; unos pocos, a sus amigos; pero muchos se lo callarán y se lo tragarán en soledad. Quizá no lleguen a suicidarse, como le pasó al pobre Jokin Ceberio Laboa, un joven de catorce años que se arrojó al vacío desde la muralla de la localidad guipuzcoana de Hondarribia el 21 de septiembre de 2004, hastiado de los golpes que sufría habitualmente en su colegio a manos de unos compañeros, y cuyo caso ayudó a abrir los ojos a instituciones y sociedad sobre este desastre colectivo. Pero aunque, afortunadamente, el final de Jokin y de otros chavales que no pudieron aguantar la presión no sea el habitual, muchos acosados llevarán siempre, mientras dure la situación, el miedo debajo de la piel, y ya nos podremos conformar con que no arrastren secuelas psicológicas en el futuro.
"PADRES DEMOCRÁTICOS"
En el informe de ANAR, el ambiente familiar del acosador es el último de los motivos que los docentes incluyen como detonante de esta tragedia colectiva. No seré yo quien contradiga los resultados de un estudio tan riguroso y exhaustivo, pero sí debo realizar una enmienda parcial. Lo que he visto con mis propios ojos, he leído, he escuchado y he olfateado a lo largo de estos últimos cuarenta años ha sido el ascenso imparable de un modelo de progenitores, al que yo denomino "padres democráticos". ¿Qué entiendo por "padres democráticos"? Pues simple y llanamente, y resumiendo mucho, aquellos que no solo dejan hacer a sus vástagos, desde pequeñitos, todo lo que les da la real gana, sin marcarles unos mínimos límites, sino que les ríen las gracias, alardean de su malcrianza y defienden sus valores educativos. Es triste y, a la vez, alucinante, contemplar a esos pequeños demonios comportarse en público, con padres o abuelos, de manera estridente, irrespetuosa, maleducada y chulesca. Asistimos, en vivo y en directo, a la incubación del huevo de la serpiente: pequeños monstruos, aprendices de dictadores que, en un futuro cercano, si se dan determinadas circunstancias, podrían convertirse en acosadores en ciernes sobre compañeros más débiles y, desde luego, mejor educados que ellos. Muchas gracias por su aportación a este gigantesco quilombo, señores "padres democráticos".
QUE LA SANGRE NO ME SALPIQUE
Por último, me ha llamado siempre la atención la actitud de los centros escolares donde han ocurrido grandes casos de acoso, en especial aquellos que han provocado suicidios. Y es que, sin quitar responsabilidad al Estado y a las Comunidades Autónomas, creo firmemente que son los colegios e institutos, con sus directores a la cabeza, quienes tienen una cuota de responsabilidad mayor en estas tragedias, ya que, en la mayoría de estos dantescos casos, la familia avisó a los centros de lo que sucedía, sin que estos actuaran de forma adecuada. Al final, llegó el terrible suceso, y la respuesta de las instituciones educativas es siempre la de buscar justificaciones a su inacción, tratando así de que la muerte de un chiquillo no manche la reputación del lugar. Una puñetera vergüenza.
DESDE DONDE ESTÉ, JOKIN NOS MIRA
Chavales tímidos, poco sociales, miedosos, gordos, flacos, feos, muy altos, muy bajos, con algún defecto físico o psíquico, homosexuales..., todo un caldo de cultivo para que pequeños déspotas y matones se aprovechen del desvalido, del diferente, del que se sale de la norma, y jueguen a ridiculizar, a amenazar o a maltratar a sus víctimas propiciatorias. Desde la muralla de Hondarribia, el balido de estos corderos, el silencio de estos inocentes nos traslada, desde hace demasiado tiempo, la misma pregunta: ¿hasta cuándo?
El acaso escolar lo tiene que parar el centro con medidas sancionadoras a padres, alumnos y al propio centro, si se desentiende. La pérdida irrecuperable es la traumática, en edades en las que no se tienen habilidades adquiridas con la experiencia, para gestionar el acoso escolar.
ResponderEliminarAgradezco enormemente tu comentario. Abrazos.
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