martes, 20 de mayo de 2025

TARDES DE SOLEDAD, VIOLENCIA Y ANACRONISMO

LOS ANIMALES, A TRAVÉS DEL TIEMPO

No me considero, ni nunca me he considerado, un conservacionista, un animalista o un acérrimo defensor de los derechos de los animales. Durante gran parte de mi vida nuestros primos irracionales no me supusieron, en el mejor de los casos, más que una anécdota, y en el peor, un miedo exacerbado, especialmente en el caso de los perros a partir de un intrascendente suceso acaecido en mi más tierna niñez.

Con el paso del tiempo, los animales fueron penetrando en mi existencia a través de dos vías. La primera, mediante la confección de mi tesis doctoral, que trataba sobre las respuestas religiosas que los españoles de la decimoséptima centuria llevaron a cabo frente a las plagas del campo, entre las cuales se incluían insectos, mamíferos y aves, capitaneadas todas ellas por la todopoderosa y dañina langosta.

La segunda vía fue por la contemplación, en vivo o en documentales, de seres, a mi juicio, fascinantes, como las gaviotas (sensación de libertad y de suspensión en el aire), las tortugas (invitación a la lentitud y a la tranquilidad, tan alejadas ambas de la vida actual en Occidente) y (¡qué sorprendente ironía!) los perros, que observados con mis actuales sentidos ofrecen tantas virtudes, como la fidelidad, el juego continuo, el instinto más primario o la inestimable compañía a quienes los poseen. Otros animales que siempre llamaron mi atención fueron la iguana (por su rareza), la oveja (por su inocencia), el búho (por su capacidad de observación), el delfín (por su inteligencia), el pingüino (por su torpeza al andar en tierra firme) o el gorrión (el máximo exponente de "mi pajarillo").

NO A LA IRRACIONALIDAD, NO AL MALTRATO

Esta nueva consideración hacia estos seres nunca me hizo caer, sin embargo, en la tentación de confundir admiración y asombro con amor irracional. Y es que cuando veo a ciertas personas manifestarse contra la venta de pieles; cuando oigo determinadas concentraciones para despedir a una piara de cerdos que es llevada en camiones a mataderos para su sacrificio; cuando siento que algunos seres racionales se comportan mejor con los irracionales que con sus propios familiares o amigos; cuando contemplo todo esto, me dan ganas de salir corriendo.

Pero estas situaciones descritas son una cosa, y otras muy distintas, el maltrato animal. Aquí no valen ambigüedades. Que alguien arroje una cabra por un campanario, juegue al fútbol con una gallina o abandone a su suerte a varios caballos en una finca o a un perro en una carretera, no es que me parezca un delito (que lo es), sino que me parece un rasgo de depravación humana. Y aquí, en este instante, llegamos a la sempiterna polémica sobre la tauromaquia o "el arte de lidiar toros", como la define la RAE.

EN SALDAÑA EMPEZÓ TODO

Esta actividad, cuyo primer referente en España lo encontramos en el año 1128, durante la celebración de la boda de Alfonso VII de Castilla y Berenguela de Barcelona, que tuvo lugar en la localidad palentina de Saldaña, se consolida, en su forma moderna de toreo a pie, en plazas cerradas y circulares, con tendidos y ruedos, a partir del siglo XVIII.

AQUELLAS FIESTAS DEL 95

He de reconocer que nunca me llamaron la atención las corridas de toros. De niño acompañé a mis padres a algunas (muy pocas), y de joven asistí a unas cuantas en las fiestas patronales del pueblo de mis ancestros. Nunca me dijeron gran cosa, salvo que eran el pretexto perfecto para estar con mis amigos. Sin embargo, el último año que acudí a estas fiestas, a finales de septiembre de 1995, algo ocurrió en una de aquellas tardes. Desconozco si es que fue la espantosa faena, la horrible muerte del toro, con varios descabellos de por medio; no sé, pero durante aquella postrera velada fue la primera vez en mi vida que pensé: ¿qué coño pinto yo aquí viendo esto? Y aunque a las fiestas no volví por diferentes motivos, a una corrida de toros ni me lo planteé nunca más.

Durante años, aunque fui testigo de las constantes y aceleradas restricciones que las autoridades competentes ejercían sobre todos y cada uno de los diferentes festejos taurinos que se desarrollaban a nivel local, nunca tuve una opinión clara sobre las corridas de toros, y si la tenía esta se hallaba lastrada lastimosamente por la maldita ideología. ¿En qué momento cambió todo? No lo sé con seguridad, pero cambió.

UN DOCUMENTAL IMPRESCINDIBLE

Una vez que decidí tratar la polémica sobre la tauromaquia en este blog, a pesar de tener ya muy clara mi posición al respecto, decidí contemplar la película-documental Tardes de soledad, dirigida por el catalán Albert Serra, que fue galardonada con el premio Concha de Oro en el último Festival Internacional de Cine de San Sebastián. La idea era ver si los diversos momentos en los que es grabado el diestro peruano Andrés Roca Rey a lo largo de varias corridas afectaban de alguna manera a la visión que albergaba yo sobre el festejo en sí. Y he de reconocer que no solo no cambió mi valoración, sino que la reforzó en todos sus aspectos.

Cartel de la película-documental (www.eldiario.es)

GLADIADORES 3.0

Sobre los toreros en sí, me siguen pareciendo gladiadores del siglo XXI, que en aras de una opción vital, se juegan la vida todas las tardes en un enfrentamiento universal y eterno contra un formidable enemigo, de media tonelada de peso, con una fuerza y unos cuernos que dan pavor solo verlos en la butaca del cine. No seré yo, sin duda, el que alce la voz sobre estos luchadores incansables contra el destino; no seré yo, ciertamente, el que califique de asesinos a quienes se enfrentan a la muerte en cada verónica, en cada chicuelina, en cada gaonera, en cada larga cambiada, en cada pase natural, en cada derechazo, en cada pase de pecho, en cada manoletina y, sobre todo, cada vez que entran a matar al morlaco de marras. Aunque el enfrentamiento en la épica batalla casi siempre acaba igual (el torero gana, el toro pierde), reconozco una cierta grandeza en quienes se exponen durante media hora en la plaza a la negra parca, solo por cumplir un sueño de vítores y fama.

UN SUPLICIO INIMAGINABLE

Sin embargo, la admiración hacia la valentía y arrojo de los diestros no oscurece un ápice la percepción que mantengo desde hace mucho tiempo sobre el festejo en sí. La película-documental sobre Andrés Roca Rey presenta lo que ya sabía, pero aumentado. Un animal (el toro) sale a la arena potente, encendido, eléctrico. Al margen de los cien mil capotazos y muletazos, ese ser irracional recibe primero varios puyazos en su morrillo con una vara que acaba con una puya en la punta, que le suele provocar la pérdida de 1/6 del volumen de su sangre. 

Después, le clavan entre cuatro y seis banderillas (palos de madera decorados con puntas puntiagudas) en los hombros y/o la joroba, que ocasionan en el animal el desgarramiento de músculos, nervios y vasos sanguíneos, al margen de la propia deshidratación consecuencia de la pérdida de sangre. 

Más tarde, le clavan una espada de ochenta centímetros de largo de doble filo, que busca llegar al corazón, aunque a menudo causa lesiones en los pulmones y bronquios. 

Finalmente, si el toro sigue vivo después de esto, se procede al descabello, es decir, se introduce un cuchillo entre la primera y segunda vértebras cervicales, seccionando la médula espinal. Así, el toro cae con sus extremidades extendidas, aunque aún mueve la cabeza y los ojos. 

Antes de morir, bien por asfixia, bien por desangramiento, el animal se halla aún consciente, ya que la corteza cerebral y el tronco encefálico permanecen intactos. Ver en el documental de Albert Serra cómo el animal, derrotado, caído, con la cabeza ladeada, empapado en sangre, medio asfixiado, va cerrando lentamente los ojos, segundos antes de que los mulilleros lo arrastren por el albero hacia el desolladero es un espectáculo triste y macabro.

Antes del descabello (www.theconversation.com)

RAZONES MUY POBRES

Los defensores de esta fiesta, a la que se denomina "nacional", esgrimen argumentos de variado pelaje: ideológicos (la tauromaquia es una fiesta que simboliza la España eterna y unitaria); económicos (hay muchos intereses en juego); de arraigo (es una tradición más que centenaria); de enfrentamiento entre iguales (puede morir cualquiera de las dos partes); de libertad (hay aún una parroquia no desdeñable de aficionados y, por contra, nadie está obligado a presenciar dicho espectáculo); e incluso de origen (el toro de lidia se cría para ser toreado). Bien.

Que las corridas de toros puedan representar un nexo común a todos los españoles contradice el estudio que, en febrero de este mismo año, ha llevado a cabo el BBVA, llamado Percepciones de la naturaleza y los animales, según el cual más del 70 % de la población española rechaza las mismas. 

Que haya una industria en torno a esta violenta función no me impacta: pues que se recicle en otras actividades. 

Que se nos venda esta representación gore como una tradición me lleva al recuerdo de los autos de fe de la Santa Inquisición y de los ajusticiamientos públicos que, por desgracia, fueron también una costumbre durante muchos decenios en nuestras calles y plazas. 

Que se argumente que el enfrentamiento es entre iguales, no niego que el toro sea un enemigo descomunal, pero siempre acaba perdiendo. 

Que haya aún en nuestro país una cierta afición a las corridas de toros me parece estupendo, pero eso no convalida la existencia de una bárbara carnicería. Por cierto, lo que me parece el "no va más" es que los menores de edad puedan asistir a estos espectáculos. 

Y que haya quienes arguyen que el toro bravo ha nacido para morir funestamente en una plaza no legitima la existencia y crianza de esa especie. Traer un ser vivo al mundo para este sufrimiento no me parece de recibo.

FUERA DEL TIEMPO

Ningún argumento me convence para aceptar este espectáculo atroz, sanguinario y perverso, pero yo daría la puntilla a quienes lo defienden, aludiendo a su anacronismo. Una sociedad, como la española de 2025, en la que se ha inoculado desde hace muchísimo tiempo -acertadamente, sin duda-, el amor por los animales; en la que tantos documentales, revistas y artículos de periódico nos hablan a diario sobre el respeto a los irracionales; en la que en una ciudad como Madrid conviven 300.000 perros con 3.000.000 de personas; en la que el número de mascotas aumenta día a día; en la que pisar una hormiga está mal visto. Una sociedad que acabó con lacras como la fiesta del Descabezagallos, la del Toro de la Vega o la del propio toro embolado, repito, esa misma sociedad que ha avanzado tanto en tan poco tiempo, ¿durante cuánto tiempo más puede seguir admitiendo y soportando la insoportable tragedia del toro de lidia?










martes, 6 de mayo de 2025

"CAROL" O EL TRIUNFO DEL AMOR A CONTRACORRIENTE

UN DRAMA ROMÁNTICO

Mientras durante la última Madrugá, las calles de Sevilla iban llenándose de pasos procesionales, cofrades y gentío anónimo enfervorizado, yo, acomodado en mi sillón favorito, exploraba la cartelera infinita de Movistar Plus, hasta encontrar un título que llamó inmediatamente mi atención. Se trataba de Carol, un drama romántico de 2015, dirigido por Todd Haynes, y cuyo guión fue escrito a partir de la novela de Patricia Highsmith titulada Carol (The Prince of Salt). El filme trata sobre la relación sentimental entre dos mujeres neoyorkinas durante la década de los 50, Therese Belivet (Rooney Mara), una joven aspirante a fotógrafa que trabaja como dependienta en una tienda de juguetes, y otra, Carol Aird (la bella y sensual Cate Blanchett), una mujer de mediana edad, que vive una matrimonio sin calor y sin pasión.

Reconozco que la obra me atrapó desde un principio, toda ella llena de conflictos personales, vidas a contracorriente, convencionalismos sociales, golpes de teatro y, por encima de todo, ternura a raudales, amplificada por el tema principal de la banda sonora, delicioso, mágico.

Escena de Carol (www.primevideo.com)

VIDAS INCOMPLETAS

Desde siempre me han atraído de forma irresistible las películas en las que sus protagonistas se hallan encerrados en situaciones de cárceles vivenciales, en las que el núcleo interior de la persona no puede salir del todo a la superficie, en las que la esencia humana queda sepultada bajo toneladas de disimulo, formalismos, convenciones y otras formas de coerción social.

AQUELLAS DOS HEROÍNAS...

En esta línea, hace más de treinta años disfruté enormemente con la icónica Thelma y Louise, aquel road movie de Ridley Scott, que planteaba descarnadamente la lucha de dos heroínas contra la violencia machista, y de la que quedó grabada a fuego en mis retinas la inmortal escena final. Yo, entonces, me encontraba escribiendo un diario personal, iniciado a partir de una grave enfermedad de mi padre. Aunque los apuntes de entonces no tenían una periodicidad específica, la aparición estelar en mi vida de aquel magno filme me obligó a introducir una larga entrada, que analizaba pormenorizadamente la película, incidiendo en las causas que conducían a la hecatombe postrera. Mucho antes de que algunas feministas sobrevenidas, de charanga y pandereta, yo ya me interesaba por las vidas de quienes tuvieron la mala suerte de navegar por procelosas aguas durante toda su puñetera existencia.

VICTORIA CONTRA TODO PRONÓSTICO

En Carol, dos mujeres de edades y estratos sociales diferentes luchan denodadamente, en un microcosmos de hace siete décadas, por poner en práctica una relación claramente a contracorriente de la sociedad en la que viven. Las trabas, los obstáculos, las resistencias son múltiples y poderosas, pero, al final, el amor triunfa sobre las tinieblas.

UNA LARGA TRAVESÍA POR EL DESIERTO

Echo la vista atrás y veo que, a lo largo de casi toda la historia, la homosexualidad ha estado tolerada o incluso valorada socialmente tan solo en un puñado de culturas, tales como la antigua Mesopotamia, la antigua Grecia, la antigua Roma, algunas regiones de China (como la provincia de Fujian) o en ciertos momentos de la historia de la Europa antigua. 

NO A LA REVANCHA, NO AL OLVIDO

No voy a entrar aquí en las causas de esta desgraciada situación; en las críticas a las diferentes religiones, que no solo no aceptaron la diversidad sexual, sino que fomentaron la persecución de la misma; o en la legislación que multitud de estados y sociedades llevaron a cabo para discriminar, multar, condenar, castigar y, por supuesto, ejecutar a multitud de homosexuales a través del tiempo.

No, no quiero una venganza tipo woke, no admito un revanchismo anacrónico, no deseo una guerra entre opciones sexuales diferentes. Pero no quiero olvidar, es más, pretendo recordar a los miles y miles de personas anónimas que, a lo largo de casi toda la historia (hasta hace un cuarto de hora, como quien dice) no han podido poner en práctica no solo sus deseos más primarios, sino, por encima de todo, relaciones personales y sentimentales con seres de su mismo sexo.

LA NOCHE OSCURA DEL ALMA

Pienso en tantas vidas disimuladas, en tantos armarios sin abrir, en tanto sofoco interior. Imagino tantas existencias insatisfechas, tanta falta de plenitud, tanto dolor emocional. Reflexiono sobre tantas uniones indeseadas, tantas aceptaciones forzadas, tantas vidas en contra de uno mismo.

Medito sobre tanto miedo al "qué dirán", sobre tanto miedo a que a uno lo descubran, sobre tanto miedo a que a uno lo delaten, sobre tanto miedo a que a uno lo juzguen, sobre tanto miedo a que a uno lo condenen, sobre tanto miedo, en fin, a que a uno lo lapiden, lo quemen, lo ahorquen o lo gaseen. 

Y siempre, siempre, siempre, me he preguntado cómo conllevarían estos parias de la historia, estas víctimas propiciatorias de dioses y reyes, estos habitantes de las vías de servicio de la vida, repito, cómo asumirían, cómo aceptarían, cómo sobrellevarían, en suma, cómo vivirían unas existencias tan oscuras, tan claustrofóbicas, tan secretas, tan sigilosas, tan incompletas.

Para que estas reflexiones no queden en la abstracción, referiré dos casos que el historiador Javier Ruiz Astiz menciona en un artículo titulado “Vestido de diabólico deseo”: prácticas sodomíticas y justicia en Navarra durante el Antiguo Régimen", publicado en la revista Clío y Crimen, del año 2015. 

El primero apunta a un hombre llamado Marco de Orta, quien la justicia civil castigó en 1526 a «que sea ahorcado de una soga a la garganta hasta que el alma le salga de las carnes y muera naturalmente y que no sea quitado de la dicha horca sin nuestra licencia». 

El segundo ejemplo hace referencia a un tal Francisco Negro, quien en 1545 fue condenado también por un tribunal civil a «que sea puesto en un palo derecho con una argolla de hierro a la garganta que esté fixada en el dicho palo levantando del suelo hasta medio hastado, al cual le sea dado un garrote a la garganta hasta ser ahogado». Solo viendo estos ejemplos se da uno cuenta de lo que podía comportar ser homosexual en otras épocas en nuestro país.

Diversos iconos de la homosexualidad (www.istockphoto.com)

COMO SIEMPRE TUVO QUE SER

Hoy, al menos en Occidente, la situación ha cambiado radicalmente y, salvo los intolerantes y los extremistas de siempre, la inmensa mayoría de la sociedad acepta con plena normalidad las diferentes opciones sexuales de cada persona. Sin ir más lejos, de los treinta y nueve países en los que, en la actualidad, es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo, diecinueve son europeos, habiendo sido España el tercer país del mundo en conseguirlo, a través de una ley que entró en vigor el 3 de julio de 2005.

VALOREMOS HABER NACIDO AHORA Y AQUÍ (OTROS NO TUVIERON TANTA SUERTE)

Actualmente, en España, es fácil estar a favor de los derechos de las personas homosexuales, entre otra serie de causas porque gran parte de ellos han sido ya conseguidos. Pero precisamente por eso, hoy es más necesario que nunca agradecer a la naturaleza, al destino o, simplemente, a la fortuna haber nacido en esta época y en este país, porque solo así sabremos valorar en su justa medida lo que tenemos, y recordar que hubo una época oscura de la historia (que terminó hace un cuarto de hora), en la que una relación como la de Therese Belivet y Carol Aird no es que casi nunca acabara con final feliz, sino que en unas ocasiones no podía ocurrir sin más, en otras se llevaba a cabo de forma clandestina y, en otras muchas, terminaba costando la vida a alguien. Creo que en algo hemos avanzado.










WATERLOO, EL OCASO DEL HOMBRE QUE ARRUINÓ ESPAÑA

EL EMBRUJO DE NAPOLEÓN Sí, he de reconocerlo. Yo también, durante años, sufrí el influjo de la alargada sombra de Napoleón Bonaparte (1769-...